martes, 6 de marzo de 2012

Capítulo III. Villa María-Gualeguay: Bajo el infierno del verano.


















Despierto más temprano de lo habitual. El aire acondicionado no funciona bien y el ventilador colgante del techo tiene un sonido como de patíbulo que atenta contra cualquier posibilidad de seguir durmiendo, a pesar de tener sendos tapones que siempre llevo conmigo. Recibo un hermoso mensaje de mi hijo: “Papá, cuídate. Te extrañamos”. Me revitalizo, saco una sonrisa y prometo volver entero.
No queda otra alternativa que abrir la ventana y ver qué nos depara el tiempo: Sol, sin tregua. Con mis chalitas y mis short salgo a caminar por la ciudad de Villa María, antes de tomar cualquier desayuno y volver a colocarnos la armadura para rodar en la moto. Recorro lo que más puedo en solitario las calles vacías de esta ciudad. Son un poco más de las 07.00 y ya comienza a avisarme el cielo que hoy nos enfrentaremos en amor y odio. Sudo como por inercia. Mis compañeros aún duermen y el comercio está absolutamente cerrado. Me dedico abiertamente a la fotografía y encuentro un minimercado abierto para comprar un elemento vital que nos acompañará por el resto del viaje: Mi detergente “Ala” con “bioactivos que destrozan la suciedad más maligna”. Memorizo el slogan completo, mientras sentado en unos asientos de la avenida principal de este pueblo, veo pasar a las gentes en pequeñas motos a sus lugares de trabajo. Diviso a la distancia las primeras filas para cargar nafta y la ciudad se activa. Vuelvo al hotel, mis compañeros ya están en pie y procedo a darme la segunda ducha para colocarme el equipo completo y partir. Tenemos un mejor desayuno, pero tampoco es dignificante.
Las motos parten al primer arranque y ya cargamos combustible tratando de evitar lo vivido ayer, vale decir, seguimos una regla: Siempre el estanque lleno.
Nos largamos de Villa María, por un camino de una sola vía, sin percatarnos que hemos eludido una autopista que nos conecta con Rosario, por error. Llegamos a un pequeño caserío “Belle Ville”, donde un calor de demonios cerca del mediodía, nos indican que tenemos una pequeña salida con un camino de tierra. Cargamos en estaciones de servicio que son lo más parecidas a las del lejano oeste. Aparece Mirella, una lugareña que nos dice al oído, que no carguemos acá, que le “echan agua a la nafta”, así que nos aguantamos y cargamos un trecho más allá. Esta es la hermandad latinoamericana que con el motociclista es mayor.
Siento un calor furioso dentro del casco, como que me empapo de tocar el aire y ya no hay desodorante que aguante. Prefiero hablar a dos metros de distancia para no espantar a nadie.
Retornamos por un camino de tierra donde la Ducati nos saca la lengua, pero las custom no aflojaban. Era un camino hermoso, en medio de cientos de hectáreas plantadas de maíz, como encarándonos que estábamos en el granero de Sudamérica, si no del mundo. El dios sol se arrodilla frente a estos campos sembrados con cientos y miles de hectáreas que nos acompañan por muchas horas. Así llegamos a una autopista sencillamente espectacular que conecta directamente a Villa María y Rosario, pero que habíamos eludido por un camino antiguo y que ahora retomamos. Es una autopista perfecta, relativamente nueva, con muy pocos peajes y que tiene como velocidad máxima los 130 kilómetros por hora. ES una autopista de escala europea, sin obstáculos en sus extremos y con una franja de seguridad especialmente lograda. Por lo que conducimos por a lo largo de 240 kilómetros sin negocios a orillas del camino de ningún tipo, sólo las magníficas tierras argentinas y todo su agro son parte de nuestro paisaje. Sentimos estar en el corazón de la hermana patria, vacunos se aparecen por doquier y a mí, más que un cariño fraterno por tan nobles animales, me aparece un hambre feroz y una ganas enormes de tener una parrilla y carbón. Ningún cerro ni monte en el horizonte. Un palacio de la tierra. En mi casa, miro para cualquier punto cardinal y veo elevaciones geográficas. Qué mundo tan cercano y tan distinto. Los argentinos poseen un territorio tan vasto, tan inmensamente inmenso que toda visión al horizonte pareciera ser una quimera.
Después de potentes 250 kilómetros, ingresamos casi derretidos a eso de las 15.00 horas a la ciudad d Rosario. Hay fuertes 38 grados, insostenibles arriba de la motocicleta así que buscamos pronto un lugar donde almorzar. Sólo dependemos de los aparatos electrónicos para conducirnos. Rosario es una ciudad completa, a poco más de 300 kilómetros al noroeste de Buenos Aires. Ciudad hermosa, conducida por el gran río Paraná. Sólo la apreciaremos de ida, quizás a la vuelta nos quedaremos un par de días acá para contemplar sus leyendas y hermosuras.
Encontramos un buen lugar para almorzar en avenida Avellaneda con calle Mendoza. Buenas pastas. Baratas. Un muy buen local denominado “La rosada”. Ambiente climatizado que libera de los casi 40 grados del exterior. No aguanto el yo mismo con su hediondez latente que ha sido vencido por el sudor. Los antisudorales me gritan cochinadas al oído. Me deshidrato, y aún con el aire acondicionado y varias minerales y sodas en el cuerpo, me ahogo. Mis compañeros no están mejor ni en aroma ni en deshidratación. El almuerzo nos ayuda, pero saldremos de Rosario de inmediato mientras esperamos que un cajero automático sea recargado de billetitos.
El mapa se nos hace corto. Tenemos 180 kilómetros hasta Gualeguay, ciudad casi enfrentándose a la frontera con el Río de la Plata para ingresar a Uruguay. Son cerca de las 17.00 horas y con suerte llegaremos de noche hasta ahí. El viaje nos depara una hermosura no vista: El puente sobre el río Paraná que baña la ciudad de Rosario y por el cual cruzamos para enfrentar nuestro destino diario, primero al poblado de Victoria y luego a Gualeguay. Sin duda que este puente es una de las maravillas de ingeniería y arquitectura de Sudamérica y atravesarlo en moto, viendo el Paraná bajo tus ruedas, resulta impresionante. Las aguas turbias de este inmenso río no logran capturar la emoción del momento y quedamos mudos.
La deshidratación continúa y el tráfico es impresionante. Los argentinos huyen en este viernes con su fin de semana largo y ya no vamos relajados. Jorge un tanto débil por este calor infeliz es incapaz de sostener la Ducati y se va al suelo en una estación de servicio de Victoria a eso de las 19.00 horas, después de una hora de viaje. No hay mayores lesiones, salvo el tope de la manilla de freno que queda de recuerdo ahí.
Decidimos continuar por un estrecho camino que nos lleva a Gualeguay en muy mal estado. Ya cae la noche y la señalética del camino hace mención especial a tener precaución con el “cruce de animales”. Efectivamente un perrito hace su entrada especial en la pista y logramos esquivarlo. Estamos cansados. Ha sido todo un día de ruta con el sol al frente y ahora estamos invadidos de autos enloquecidos que quieren llegar a Uruguay cuanto antes. Para nosotros ya es tarde.
Cerca de las 20.30 arribamos a Gualeguay. Hermoso pueblo y que justo esta noche goza de carnavales. Un viento caliente recorre las calles y hay un ambiente muy festivo. Alojamos en el “Gran Hotel Gualeguay” que es lo más parecido a un buen hotel de los que hemos pernoctado. Nos llama la atención. Es una empresa familiar, atiende el matrimonio en el mesón y gran parte del diálogo es del “apoyo de Chile”, en su época, a Inglaterra en el conflicto por las Malvinas: Qué herencia que tenemos encima!. Yo ya no puedo discutir. Estoy con un hambre que me comería todos los vacunos vistos en la carretera y necesito una ducha y lavar mi ropa que ya transita sola.
Quedamos cada cual en su habitación y Jorge desiste de salir a cualquier lado ya que no se siente bien. Yo me saco mi ropa infestada y con mi detergente amigo, lavo lo que más puedo en el lavamanos, me doy una ducha y estoy como nuevo.
Con Lucho vamos a degustar las pastas de este Gualeguay, que no deja de ser una ciudad de paso.
El esfuerzo ha valido la pena. Vamos a un buen restaurant ubicado en la misma plaza de la ciudad. Una cerveza de litro me cabe de inmediato y mis ravioles de verduras se hacen minúsculos. Los sorrentinos de Lucho lo dejan pidiendo perdón al paladar y creo que estamos en condiciones de decir punto final.
Por espacio, no traje mi mate ni el termo, pero lo extraño. Revitalizar tantas horas sobre la moto, se componen con el mate. Creemos estar en la patria de esta bendita yerba, pero en Uruguay nos daremos cuenta que no somos nada. Quiero comprar unos nuevos mates acá en Argentina, pero será para más adelante, no debo saturar mis maletas.
Recorremos la ciudad a pie, por breves cuadras y vuelve el sudor. Un carnaval y desfile de cuanto tipo parado hay, comienza en la ciudad. Otra vez me acuerdo de Chile y recibo un mensaje diciéndome que ha vuelto a temblar en Talca. Acá no hay nada parecido, sólo el terremoto de los bombos y platillos, de un desfile multicolor, bellas chicas y la alegría en medio de este viento caliente que a todos saca una sonrisa. Uruguay está muy cerca. Mañana será nuestro.

1 comentario:

  1. Viene volando el capítulo IV.
    Un poquitín d paciencia.

    ResponderEliminar