viernes, 2 de marzo de 2012

Capítulo II.Río Cuarto y Villa María: Pancho o completo?



El hotel nos ofrece desayuno. Modesto, pero qué más da. La medialuna no alcanza ni para “cuarto de luna”, pero está incluida y hay que devorarla. Queremos hacer lo posible por llegar a Rosario. Hay una distancia que cubrir de 800 kilómetros con caminos irregulares. La gente no nos habla de autopistas, por lo que el camino necesariamente será más lento de lo esperado. Camino de una sola vía.
La parrilla de la noche anterior, aún hace frente entre las tripas y a pesar que llovió salvajemente durante la madrugada, son las 10.00 dela mañana y ya el calor es insoportable. Cargamos “nafta” en una estación de servicio colindante con el hotel y ya se nos empieza a hacer habitual la escasez de combustible por toda Argentina. Un promedio de 7 autos hacen fila antes que nosotros para cargar las motos, ante la sorprendida mirada de los lugareños, quienes no dejan de sorprenderse y apreciar tamañas máquinas.
Dos cosas que respirar: La ausencia de grandes importaciones en Argentina y la ausencia de nafta. La primera se explica por la decisión gubernamental de proteger la industria nacional y castigar la importación con altos impuestos por lo que toda máquina japonesa de mediana cilindrada es prácticamente inalcanzable. Por lo mismo, es muy difícil ver, al menos al interior del país, máquinas japonesas, americanas o europeas circulando por las calles, para ellos es un lujo que nadie se puede dar, salvo los elegidos. En este escenario, nos circundan cientos (lo digo sin exagerar) de motos de baja cilindrada, de 110 0 125 cc., de marcas nacionales con componentes chinos. Zanella y Motomel, son patria en este territorio. Motos pequeñas, modificadas para que corran a reventar. Así no es raro que se te cruce cualquiera a 100 kilómetros por hora en la ciudad, sin casco, sin chaqueta, sin guantes, sólo con “hojotas” (chalas) en el mejor de los casos. Ya no nos extraña ver tres pasajeros por moto o muchas veces la familia completa. O sea, hay un pacto con la muerte expreso, aceptado y que la comunidad observa con meridiana indulgencia, pero con el que nosotros no transamos.
Respecto a la ausencia de nafta o gasolina, qué decir: Se llenó de autos Argentina y no hay combustible para todos. Explicación que resulta absolutamente curiosa, siendo que sabemos estar pisando un país rico, abundante en recursos, incluso en hidrocarburos. Qué más da, ya nos vamos adaptando y las filas serán parte de nuestra recurrente historia.
Ya, por fin hemos cargado las motocicletas de nafta y colocamos las nuevas direcciones en nuestros útiles “gps” que trabajan a la perfección. Los satélites nos prestan ropa para apuntalar los destinos y miramos al cielo como agradeciendo tanta maravilla tecnológica. Enfilamos hacia el “este” por una autopista en regular estado, pero en la cual se trabaja para mejorarla. El cielo se limpia y el sol rector me va machacando la frente como un gran golpe permanente, un guardia sigiloso que no nos da tregua. Abro mi chaqueta, el casco y la verdad es que el aire caliente refresca muy poco. Haremos una parada en “San Luis, otro país”, para recargar combustible.
Efectivamente arribamos al lugar a eso de las 13.00 horas, con un muy buen tiempo de viaje. Estamos en una estación de servicio de carretera. San Luis se muestra como una ciudad muy cuidada. Iluminaria de primera categoría en gran parte de la autopista y constatamos los primeros peajes donde las motocicletas no pagan un peso. Inevitablemente volvemos la mente a nuestro Chile querido donde todo, absolutamente todo se paga y a las motos se les castiga por cruzar una carretera al igual que a los autos, en un ejercicio pobre e indignante. Es que nosotros vamos perdiendo las batallas sociales como un ejército de naipes y todo lo que huela a “público”, es guillotinado antes de que nazca. Somos tristemente, la otra cara de la medalla.
En San Luis, Jorge devora un emparedado de queso y salame que le traerá consecuencias nefastas. Decidimos comer algo liviano y seguir nuestro periplo hasta “Río Cuarto”, una ciudad anclada en la provincia de Córdoba en el centro de Argentina. Rosario parece lejos, y por lo que comentamos con la gente, no alcanzaremos hoy, al menos de día.
Seguimos hasta Río Cuarto, con un calor asfixiante. El termómetro marca los 38 grados a la sombra y nos va derrotando. Estamos a casi dos horas de Río Cuarto y los caminos vuelven a hacerse angostos. Nos avisan que por los “carnavales” en diferentes ciudades del país, habrá un mega fin de semana largo con feriados que durarán hasta el Martes. Es Jueves. Debemos evitar el alto tráfico, pero parece imposible. Ya los argentinos se alistan a salir a disfrutar de este último gran regalo del verano y muchos de ellos tiene el mismo destino que nosotros: Uruguay.
Después de un trayecto a Villa Mercedes, Jorge nos anuncia que no le queda combustible, ya que no cargó en San Luis, presumiendo que alcanzaría a llegar, sin embargo, cabalgamos con un fuerte viento en contra y el consumo ha jugado una trampa. Debemos detenernos en la carretera infinita porque quedan un par de litros en su estanque y la moto italiana no es capaz de llegar más lejos. Jorge decide volver a Villa Mercedes a cargar y lo esperamos por exactos 35 minutos en una carretera solitaria, con el sol sobre nuestras cabezas y por larga rato nos dedicamos a la fotografía. Son las 15.00 horas, hasta que vuelve Jorge y nos cuenta todo el periplo para encontrar combustible ya que las estaciones estaban “vacías”.
Volamos a Río Cuarto ciudad a la que arribamos cercano a las 17.00. Los restaurantes están absolutamente cerrados ya que el calor llama a la siesta y el comercio vuelve a volar sólo cerca de las 20.00. Un apetito feroz nos recuerda que no hemos almorzado pero estamos absolutamente entregados a nuestra suerte.
“Río Cuarto” es una ciudad pequeña, pero que pareciera vivir feliz. Como todas las medianas ciudades argentinas, goza de grandes parques, infinitas plazas y una costanera bendita donde el argentino común dedica grandes tardes al deporte infatigable y a la convivencia familiar. Cómo no añorar estos espacios públicos en nuestro país que parece una jaula repleta de malls, plasmas y autos del año?. Nosotros tenemos otras batallas que resolver, sin lugar a dudas. Una vuelta al origen no haría nada de mal.
En Río Cuarto (aún con su impropio nombre), buscamos un rincón para comer, a pesar de la infatigable siesta. Lo único que encontramos abierto gracias a las indicaciones de los vecinos no fue otra cosa que el expendio de “Panchos”. Vamos por parte. El “Pancho”, no es otra cosa que una adaptación argentina del hot- dog, en un pancito medio raquítico, con una salchicha más larga que la nuestra y con diferentes salsas o aderezos que poco o nada tiene que ver con el completo chilensis. A saber: salsa de choclo con crema, salsa de aceitunas y aceto.... Yo pedía a gritos palta, tomate y esa mayonesa casera que desfila sobre un pan crujiente o al vapor. Nada de eso vi. Por si fuera poco al “pancho” se le corona con una “lluvia de papas” que son esas papitas fritas en hilo. Ahí empecé a extrañar Chile. Es imposible concebir un “completo” con ese carnaval de siutiquerías.
Después de darnos 30 vueltas, un argentino muy amable ofreció guiarnos para salir de la ciudad. Las rotondas nos juegan un mal camino y nos perdemos con facilidad. Logramos salir de Río Cuarto y decidimos que llegaremos por hoy sólo hasta Villa María, quedándonos 250 km. pendientes, que no alcanzaremos a hacer hoy. El calor nos derrota.
Subimos hacia Villa María, otro pueblo muy cercano a Córdoba. Las motos firmes, sin un paso en falso hasta el momento. Llevamos más de 1000 kms. desde que salimos de casa. Esperamos encontrar un hotel decente que nos permita una habitación individual donde no tengamos que bregar con los ronquidos del vecino o los aromas de una jornada extenuante.
Así, ya de noche arribamos a la pequeña ciudad, que es un corredor hacia Córdoba. El Gps marca un hotel y nos quedamos en el primero. No es una maravilla, pero cumple su objetivo. Descanso y lavado de ropa, para siempre mantenerla limpia. Somos reyes, cada uno posee habitación individual, por lo que Lucho podrá roncar a sus anchas.
Salimos de noche en busca de una parrilla y llegamos recomendados donde el “Lupo”, restaurante tradicional argentino con un mozo demasiado espacial: Nos vamos a la segura. Ante su lento ofrecimiento de los platos, pedimos para los tres un Bife chorizo con ensalada mixta, cerveza y gaseosa. En el intertanto nos deja pancitos y palitos salados para aclimatar el estómago. Sin embargo pasan 15 minutos y ante mi desespero lo llamo para pedirle mantequilla o alguna pastita para acompañar el pan (todo esto muy dentro de nuestra tradición panadera). El diálogo es el siguiente:- Señor, no tiene mantequilla o chimichurri para el pan?- a lo que raudamente y mirándome a los ojos, responde: -Y para qué querés manteca si la carne ya viene?-. Fin del diálogo y una cara de sorpresa recorre nuestros rostros. Ya no hay ánimo para polémicas. El día ha sido largo. Estamos agotados. Eso sí, comemos muy buena carne y el servicio sigue siendo bueno.
Recorremos Villa María a pie, como siempre, en la noche. Una suave brisa nos anuncia agua en cualquier momento con mucho calor. Jorge queda encantado con la ciudad. Las calles anchas y las aceras más aún, nos denuncian un sentido de la convivencia que no tenemos. Mesas en la calle. Las abuelas con los nietos. Son cerca de las 23.00 y debemos descansar. Rosario está ahí, la ciudad de las mujeres más hermosas de Argentina, según dicen. Nos vamos al hotel, también se incluye desayuno. Yo me acuerdo de mi casa, tan lejos, pero tan cerca. Pienso infinitamente: NO hay ningún “Pancho” que se acerque a un “Completo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario